Koke y Torres acechan al Barça

Antes de retarse a la Historia, con mayúsculas, Simeone debía enfrentarse a su propia historia, esa que ha ido escribiendo en los últimos años en el Atlético y que cuenta que en los finales de temporada su equipo a veces se enreda y el rendimiento baja. No será por el partido ante el Granada. No será esta vez.Matemáticamente, a cinco jornadas del final, el objetivo está cumplido. Pase lo que pase, terminará entre los tres primeros. Alcanzado eso, la meta es otra, por supuesto. Perseguir incansable al Barça. Sacar el codo para evitar, a la vez, que el Madrid no le adelante en la tabla.

Pero ante el Granada no fue tan fácil como el 3-0 cuenta. Al descanso, de hecho, el césped bajo los pies de Simeone en el banquillo ya era una vereda de tanto ir y venir el entrenador de un lado a otro. Daba igual que su equipo ganara 1-0 desde el minuto 14, lo que veía sobre el césped no le gustaba nada y por eso movía a su equipo como si fuera un Cubo de Rubik. Ahora Koke en el centro. Ahora Saúl. Ahora Griezmann en la derecha, luego Carrasco. El 4-3-3, un 4-4-2…, sin llegar a encontrar nunca la combinación que hiciera que su equipo recuperara el control de un partido que se le había ido.

Un partido que, por cierto, en esa primera parte, rascaba como una toalla que no conoce el suavizante.El Atleti intentó resolver rápido vía Koke, su jugador más decisivo últimamente. En la primera jugada del partido remató alto un centro de Juanfran. En la segunda que tuvo no falló. Aprovechó que un defensa del Granada repelió un remate de Torres y que el balón le cayó a los pies. Derechazo, gol y a dormir, creyó el Atleti. No contaba con algo: el Granada encajó el golpe como si lo esperara.

No se descompuso ni un poco el equipo de Jose González. Al contrario. Comenzó a crecer por las subidas de Cuenca por la izquierda, el músculo de Doucouré en el centro y Rochina, todo talento, todo desborde, que cada vez que tenía el balón se iba a por Oblak con la pierna cargada. Y peligrosísima. En el minuto 31 sólo la madera evitó que hiciera el empate aprovechando, entre otras cosas, que el sol de la media tarde, deslumbraba a Oblak. Y es que el Granada, que llegó al Calderón para apretujarse en su campo y esperar una contra, ya se atrevía, ya tenía el balón. Y todo el control.

Logró el Atlético, sin embargo, llegar al descanso sin que esa superioridad del Granada en el césped se trasladara al marcador. Pensativo, el técnico pronto actuó: sacó del campo a Carrasco, que nunca terminó de estar en ningún sitio, y metió a Augusto. El Cubo de Rubik hizo, al fin, clic. Tres minutos después Torres lo confirmaba con un gol.

A El Niño le había tocado vivir la remontada ante el Barça en el palco y salió con ganas, con todas las ganas. Era su día, además, el Día del Niño. Tenía que marcar. Y, cómo no, de nuevo, le buscó Koke. Es matemático: anda con el balón por cerca del área ysiempre encuentra a Torres. Esta vez fue un pase filtrado, caño incluido a Costa, que le dejó solo ante Andrés Fernández. El Niño remató con la eficacia conla que Billy Wilder hacía películas: siempre fantásticas. Es el 9 que Simeone lleva pidiendo, necesitando toda la temporada.

El Granada, mientras, entre los resbalones (constantes; parecía regado el Calderón en aceite) y las amarillas por protestar se desconectó. En la segunda parte no volvió a desbordar Cuenca. Ni Doucouré a aparecer. Y Rochina, si lo hizo, fue para llevarse por delante a Godín, como si no tuviera ya suficiente el uruguayo con ese ojo amoratado recuerdo del Atleti-Barça. Ya lo escribió Juan Tallón, “nadie sale del área pequeña sin heridas”, y la piel del uruguayo es el mapa de la última batalla del Atlético.

Jose González se puso a hacer cambios a la desesperada para ver si conseguía volver a esos 25 minutos de la primera parte en los que inquietó al Atleti. Primero sacó a Foulquier, después a Barral y más tarde, quitando a Foulquier, que regresó al banquillo sin entender nada. Tampoco le sirvió de nada a su entrenador tanto cambio. Correa salía y hacía la sentencia al resolver, eficaz, otro mano a mano ante Andrés Fernández mientras la grada seguía la fiesta cantándole al otro portero, a Oblak, instalada desde el miércoles pasado en la más absoluta felicidad. Razones le sobran.

Diario As